17 de julio de 2025

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Las campanas de las iglesias están desapareci

Sonidos en vía de extinción: las campanas de las iglesias de Cali

02/05/2025 | Varias parroquias se han visto obligadas a silenciar sus campanas tras tutelas interpuestas por ciudadanos.


por Williams Villa


Al llegar el medio día, sonaba un eco metálico que por años marcó el ritmo de la vida espiritual en barrios, pueblos y ciudades de Colombia;  sonaba un ritmo que no solo llamaba a los feligreses a recibir la palabra de Dios, sino que informaba a una comunidad entera sobre el tiempo, las actividades del sector y cualquier situación urgente que pudiera presentarse.
 

Las campanas de las iglesias están desapareciendo del paisaje sonoro de Cali. Durante generaciones, han sido consideradas “la voz de Dios”, ese llamado que congregaba a los fieles y marcaba el ritmo de la vida espiritual. Hoy, sin embargo, enfrentan una censura inminente. Tutelas y peticiones interpuestas por habitantes de sectores residenciales obligan a muchas parroquias a dejar de usarlas, argumentando que el sonido interrumpe el descanso y la tranquilidad. Esto ha provocado que incluso en la creación de nuevas iglesias, no se tenga presente la implementación de dichas campanas y persista un gran disgusto entre la comunidad católica.

 

Parroquias como La Transfiguración del Señor, ubicada en el corazón del barrio Ciudad Jardín de Cali, tienen un campanario simulado, el cual guarda en su interior una ausencia que también es considerada mensaje.

 

El padre al frente de esta comunidad, lo explica con nostalgia:

“Nuestro templo no tiene campanas. Aunque muchos fieles las consideran necesarias, decidimos no instalarlas por respeto a la comunidad. En algún momento lo pensé, lo intenté, incluso me lo sugirieron, pero por temor a reclamos, como ha ocurrido en otros casos por temas de ruido preferimos no hacerlo.”


La decisión sin embargo, no borra el símbolo y el animo de que existan. La torre de este templo, es una estructura blanca que se alza entre los árboles del sector, fue diseñada para parecerse a una vela encendida cómo concepto de reemplazo. El uso de las campanas, que en épocas pasadas marcaba los horarios de la misa, una ubicación respecto al tiempo, matrimonios y acompañaba la rutina del vecindario, hoy se ha restringido a espacios interiores.
 

“Aquí no tenemos campanas en la torre, pero usamos unas pequeñas dentro del templo. Se suenan al iniciar la eucaristía y en el momento de la consagración. Suenan tres veces por cada uno, es decir, el pan y el vino, que se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo”


Este fenómeno no es exclusivo de esta parroquia. En algunas, el uso no solo de las campanas, sino también de los cánticos, ha sido reemplazado por timbres y reproducciones electrónicas, y en otras simplemente han desaparecido del todo. La razón principal: quejas por ruido y las acciones legales que exigen que el espacio público sonoro sea respetuoso según lo que determine la vida privada.

Iglesias emblemáticas como la de San Francisco, conservan aún en lo alto de sus torres antiguas campanas de bronce. Estas han acompañado por décadas la vida urbana y religiosa de Cali. Sin embargo, hoy muchas de ellas permanecen en silencio, atrapadas entre el deterioro material y el olvido colectivo. Oxidadas, cubiertas de polvo o simplemente desconectadas del sistema que las hacía sonar. Estas parecen haberse quedado en el pasado, desplazados por el ruido moderno y las restricciones impuestas por las nuevas dinámicas urbanas, las cuales directa o indirectamente realizan un desligamiento en las tradiciones auditivas.

 

William, el sacerdote, cree que el problema va más allá de lo legal, mas bien es cultural.


“En otros países que creemos más desarrollados, las campanas siguen sonando sin conflicto. En Francia, por ejemplo, cada región tiene su propio campanario principal y es parte de la identidad del lugar. Aquí en cambio, hemos dejado de lado ese símbolo que por siglos marcó la espiritualidad colectiva.”

 

El silencio impuesto a las campanas, refleja no solo un cambio en la espiritualidad, sino también en la manera en que se habita la ciudad. Pues, es tan solo uno de los muchos sonidos que se han ido perdiendo a medida que esta ha evolucionado. La sucursal del cielo, siempre es recordada por su música, alegría y calidez, pero la desconexión con estos sonidos es clave en la compresión de cualquier cambio social y en las dinámicas que la han ido constituyendo.

 

El sonido campanal, ese que por generaciones convocó a la comunidad, está quedando guardado únicamente en recuerdos, anécdotas o como en el caso de él, experiencias personales:
 

“En el seminario, yo fui campanero. Me correspondía tocar la campana para levantar a mis compañeros, marcar los horarios, anunciar el desayuno, las clases y la oración… Era un rol importante. La campana era el reloj de nuestra alma.”

En el año 2000, la Corte Constitucional falló a favor de un ciudadano que interpuso una tutela contra la iglesia Espíritu Santo de Villavicencio. En la Sentencia T-1666 de 2000, el alto tribunal ordenó que las campanas dejaran de sonar por considerarlas una afectación al derecho a la intimidad y al descanso. Años después, en Ibagué, otro caso similar llegó a los estrados judiciales. La Sentencia T-1205 de 2003 permitió que las campanas siguieran repicando, pero con la condición de que se ajustaran los límites de ruido establecidos por la ley. En Pensilvania, Caldas, una acción legal obligó a restringir el uso del campanario de las misas durante las noches, por considerarlo una alteración del sueño. Cada uno de estos fallos dictado en nombre de la convivencia, ha significado también el silenciamiento de un símbolo y el reproche de un cambio ciudadano.
 

La desaparición de este timbre ha transcurrido desapercibidamente y en completo silencio, como si su ausencia no repercutirá algún tipo de nostalgia. Las nuevas generaciones crecemos sin el eco de sus llamados, sin ese recordatorio sonoro que durante siglos, marcó un mundo entero. Para muchos, pasó cautelosamente; pero no para quienes dedicaron su vida a la fe, y que hoy extrañan ese repique. El campanario vacío es quizás, la metáfora más precisa del presente: una iglesia que sigue en pie, pero que ya no se hace oír; un mensaje que se desvanece en la rutina y da cabida a el cómo los colombianos estamos en función de un cambio. Es un espíritu que aún arde, como la vela que representa la torre de aquella iglesia, pero que corre el riesgo de apagarse si no se cuida.

 

“Yo no necesito que suenen para sentir a Dios”, dice el sacerdote, con una sonrisa serena. “Pero cuando lo hacían, Cali era hermosa. Era como si el cielo hablara.”