
por Williams Villa
9:00 a. m.
Avenida 2 Norte con Calle 70. Un domiciliario, desorientado por la cantidad de vehículos que circulan a esa hora, no logra ver con claridad al agente de tránsito que ha detenido el paso para dar vía a los carros del otro lado. No fue sino hasta que vio al gran Blanco y Negro verde a pocos metros de él que apretó el freno con todas sus fuerzas. Sin embargo, no fue suficiente para evitar chocar contra el alimentador del MIO. La moto se le fue de frente; el carro que venía detrás amortiguó la caída con el capó pero encendió la ira del conductor, que de un portazo se bajó gritando y desató su furia contra los otros dos implicados. Bajo el cuerpo del bus quedó atrapada media moto, y el visor del casco salió volando, cruzó la vía y terminó en la acera opuesta. El agente, unos segundos después de detallar el accidente, detuvo por completo el tráfico en la intersección y comenzó a revisar lo ocurrido, mientras una avalancha de pitos, gritos y quejidos estallaba a su alrededor.
12:15 p. m.
Carrera 1 con Calle 52. Las ocho ambulancias que llegaron al lugar del accidente provocaron más atasco del que ya había: un ciclista que transitaba por la franja azul exclusiva para bicicletas fue embestido por una moto que, sin disminuir la velocidad al pasar por la intersección sin semáforos, lo arrojó con violencia contra el andén. Al caer, la cabeza del ciclista se estrelló contra la esquina ardiente del bordillo al mediodía. Quedó inconsciente de inmediato, mientras el suelo comenzaba a embadurnarse de su sangre. El motociclista se quitó el casco, perplejo, y se llevó las manos a la nuca. Solo miraba. Algunos conductores y peatones que esperaban un momento claro para cruzar se acercaron a auxiliarlo y a demostrar sus habilidades de supervivencia.
Pero ya era tarde, como dijo la paramédica al llegar.
6:50 a. m.
Estudiantes, profesores, meseros, turistas y centenares de personas desembocan cada mañana desde la Calle 16, la Carrera 105 y la Avenida Cañasgordas. Ninguna de estas vías tiene carril exclusivo para el MIO, pero sí más de cuatro semáforos que, desde su polémica instalación, no han sido activados. Se alzan en sus postes como gárgolas observadoras, con carcasas relucientes pero vacías de función. El flujo constante es impredecible, salvaje y de alguna forma justo, pues por más que se busquen desvíos, nadie termina perdiendo más o menos tiempo que los demás. Solo consiguen uno o dos puestos más en la interminable fila de insultos y desespero. Desde motos y bicicletas hasta buses escolares, taxis, camionetas blindadas y articulados del MIO, todos convergen sin guía en una glorieta que gira al son de la suerte y la pericia. Allí, un centenar de agentes de tránsito se posiciona a diario hasta las universidades, tratando de tomar decisiones que eviten colapsos mayores o un siniestro. A veces logran que todo fluya; otras, apenas contienen el síntoma más evidente de una planificación urbana que colapsa en el sur de Cali: impuntualidad, clases retrasadas y turnos mal pagados.
Peatones contra vehículos, reflejos contra velocidad, y el instinto como única norma en un espacio sin reglas. Las cuatro escenas ocurrieron en distintos días y puntos de Cali, pero comparten una misma estructura reconocible: ausencia de control, semaforización dañada, improvisación en la vía y riesgo constante. Varios sectores de la ciudad circulan entre señales apagadas y cruces sin semáforos activos con peatones, motociclistas y conductores moviéndose por reflejo, cálculo y compasión. Ese desorden visible en múltiples intersecciones se refleja también en cifras alarmantes.
Según la Secretaría de Movilidad, en lo corrido de 2025 se han reportado más de 80 intersecciones con semáforos averiados o vandalizados, y tan solo cinco de estas fallas ocurrieron en un mismo lapso de 24 horas. Muchos permanecen apagados durante días o incluso semanas antes de ser reparados.
Cada cruce sin control incrementa el riesgo de siniestros viales porque elimina los referentes claros de prelación y obliga a los actores viales a improvisar decisiones en medio del caos. Según un estudio de la universidad nacional, la falta de mantenimiento y tecnología moderna en semáforos incrementa los niveles de accidentalidad, especialmente en intersecciones de alto flujo. Ciudadanos han reportado por medio de redes sociales y aplicativos de mapas choques, frenazos, embotellamientos y hasta atropellos frente a semáforos inactivos, como en la Avenida Simón Bolívar con Carrera 98 o en la Calle 52 con Carrera 1. Las pérdidas por estos daños superan los 1.450 millones de pesos, según cifras oficiales.
“No pues, no más mire eso vea: uno, dos, tres, cuatro semáforos sin funcionar. Yo porque paré aquí a traer unas personas, porque si no estaría ahí metido también.”
Cuenta un conductor de camión con voz alta y pronunciada. Acababa de dejar unas tinas de leche en una fábrica de dulces típicos sobre la Carrera 1, y desde la ventanilla bajada señalaba con un dedo los vehículos que se amontonaban en la esquina. Su cabeza se movía de un lado al otro, negando como si no pudiera creer lo que sus propios ojos veían, mientras con la otra mano hacía cuentas invisibles en el aire de los semáforos dañados.
La escena era un paisaje de desorden contenido a punto de estallar: motos colándose entre camiones, motores descoordinados, conductores sacando medio cuerpo por la ventana para gritar enseñanzas de conducción.
Por ello, como medida de contingencia, la Secretaría de Movilidad anunció recientemente la creación de un grupo élite de regulación del tráfico, compuesto por 30 agentes especializados que serán desplegados en los puntos más críticos mientras se ejecutan las reparaciones.
“El grupo élite busca ser una solución inmediata para regular el tráfico en las intersecciones afectadas y prevenir siniestros. Además, trabajamos en recuperar la administración total de los semáforos concesionados, lo que permitirá agilizar los procesos de reparación.”
Declaró Gustavo Orozco, secretario de Movilidad de Cali, en rueda de prensa el pasado 15 de julio de 2025.
El factor civil tiene un efecto determinante en los accidentes que suceden a diario en la ciudad. Se estima que en promedio ocurren entre 10 y 12 siniestros diarios en Cali, de los cuales una persona muere cada dos o tres días. Estos datos, pertenecientes al Observatorio de Seguridad Vial del Valle del Cauca, indican que las principales causas de accidentalidad son:
Las causas de estas descomposiciones en los semáforos son múltiples: robos de cableado, daños por choques, fallas eléctricas, mordeduras de roedores y vandalismo directo. Solo entre finales de 2024 y la primera mitad de 2025, la Secretaría de Movilidad reportó más de 85 intersecciones vandalizadas, con pérdidas cercanas a los $1.450 millones.
Otras ciudades han demostrado mejoras notable con el uso correcto de nuevas tecnologías en los semáforos y un mantenimiento constante. Los tiempos de espera pueden reducirse hasta en un 30 %, como lo demostró el sistema inteligente implementado en Bogotá, donde la sincronización automática permitió mejorar los flujos vehiculares en los corredores principales. Cali, donde los semáforos permanecen averiados durante días o semanas, la ausencia de esa regulación provoca no solo desorden, sino retrasos significativos en horas pico.
El desorden en las vías no se vincula a las carcasas de los semáforos averiados o inutilizados. Incluso cuando las luces están en funcionamiento, la convivencia vial sigue siendo frágil y las normas de tránsito vulneradas. En abril de 2025, durante un debate en el Concejo Municipal, varios cabildantes coincidieron en que la falta de cultura ciudadana y el incumplimiento sistemático de las reglas son factores igual de determinantes en los siniestros diarios. A esto se suma el informe del Observatorio de Seguridad Vial del Valle del Cauca que advierte que, a pesar de una leve reducción en las muertes por accidentes, persisten comportamientos temerarios como el irrespeto a los semáforos, el uso indebido de ciclorutas y la invasión de pasos peatonales. Bajo la ausencia de señalización, queda en evidencia que tampoco hay una cultura vial sólida que reemplace lo que debería regular la infraestructura.
5:20 de la tarde. El sol cae lento y fuerte sobre toda Calle 52, tiñe de un bronce opaco por las nubes los techos, las ventanas, el cemento y los espejos de los carros. No hay ningún vendedor en al menos un kilómetro a la redonda. Pero curiosamente, no hay la clásica discordancia de los pitos ni el estrés de las seis; al contrario, se siente un flujo de vehículos anormal, una calma inquietante. Produce una sola pregunta en el ambiente, pues refuta todo lo que se ha dicho anteriormente en este texto, y lo hace de frente: ¿por qué todo fluye si los semáforos siguen apagados? Nadie grita, nadie frena en seco; no hay agente, no hay guía. Solo cuerpos y máquinas deslizándose como si hubieran aprendido a leerse sin hablar. Y sin embargo, basta que un conductor dude, que un peatón esté distraído o que el sol se oculte del todo, para que el equilibrio vuelva a romperse.
En el horizonte del paisaje de esta intersección, a horas de la inminente noche, solo queda flotando una pregunta: ¿El problema está en esas gárgolas sin colores que no dan orden en la vía o en la cultura vial que queda?